La palabra "vocación" forma parte habitual del discurso de los estudiantes y profesionales de la salud. También en otras muchas profesiones se habla de una inclinación especial para formarse y ejercer, por motivos que, más allá de lo puramente racional, se adentran en el terreno profundo de lo más personal. Sin embargo, ¿podría la propia vocación ser tan firme que nos mueva a tomar caminos, a priori, contradictorios? Plasmo aquí una experiencia personal y una breve reflexión al respecto.
Es mediodía, estamos en la cafetería de un hospital en una ciudad del norte de Alemania. Los estudiantes locales me acogen con hospitalidad y no tardan en incluirme en sus corrillos y en sus conversaciones. Compartimos experiencias comunes como proyectos de médicos; al mismo tiempo, otras que nos diferencian. Pero tardamos muy poco en darnos cuenta de que, a pesar de la diferencia idiomática, es prácticamente nada lo que nos diferencia en materia sanitaria y universitaria a españoles y alemanes. Mismas ventajas, iguales las deficiencias (y numerosas).
Es en ese corrillo de estudiantes de Medicina donde conozco
a un joven de unos veintimuchos, lo llamaremos de forma ficticia Mark. Mark era la excepción. Él,
antiguo número que engrosaba las largas listas de matriculados de la carrera
sanitaria por excelencia, había decidido tiempo atrás de forma libre (y, a mi juicio, valiente)
abandonar la carrera de la vocación en favor de dedicarse a otro campo radicalmente opuesto y en nada relacionado con lo sanitario, ocupación que desempeñaba en el momento en que
coincidimos y que realizaba con gran tesón.
Por aquel entonces yo era completamente incapaz de entender
el porqué de tan drástica decisión. Mark había completado con éxito varios
semestres de Medicina y era un estudiante brillante; sin embargo, conversando
con él en más profundidad, me confesó que, durante unas prácticas clínicas, sintió
que, lejos de ayudar a mejorar la salud de las personas, el sistema sanitario
(movido muchas veces por intereses ajenos a la salud de los pacientes y la
voluntad de los profesionales) no funcionaba. No criticó en absoluto los avances
médicos, que tantas vidas salvan cada día, pero Mark pensaba que habíamos
llegado a un punto en que la deshumanización de la práctica clínica, tan en boga
en las tertulias sanitarias, era inherente al propio ejercicio de la profesión
médica en el siglo XXI.
Yo pensé en aquel momento que Mark enmascaraba con esas
palabras una vocación ausente, una forma de defender una decisión claramente
errónea o una manera de evadir una carrera que no destaca por las facilidades
para quienes se entregan a la misma.
Sin embargo, ¿no es Mark la imagen de la verdadera vocación
médica de quien, ante la incapacidad absoluta por cambiar un sistema que no funciona
desde la raíz, decide abandonar el barco antes de seguir tirando cerillas
encendidas sobre la cubierta?
Quién sabe. ¿Qué piensas sobre la decisión de Mark?
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